Stacey es una de esas chicas de las que no puedes llevar a tu casa. Tu madre se horrorizaría y tu padre haría lo posible para borrarte del testamento. Trabaja en un bar canadiense de la calle principal de Revelstoke que congrega a los mejores parroquianos del lugar. Tiene una mirada lasciva, una frescura en la cara y un desparpajo que mezcla la movida hippie americana con la pasión orgánico alimenticia canadiense. Su voz es susurrante como la de Joan Baez y se abre camino entre la rudeza de los tipos con camisa de leñador, a los cuales no para de servir una pinta tras otra, pura cerveza con tueste natural Mt. Begbie.
Foto: Pep Villen – Rider: «Stacey Lover»
«Hi guys! How are you doing?» – momento en el cuál mis ojos se abren, disimulando el jet lag del viajero, 48 horas en medios de transporte. No ha sido la pregunta la que ha despertado mi cerebro, sino el poder vislumbrar el sensual piercing que lleva anclado en la lengua, asomando una fina bola amarrada a un hilo metálico que atraviesa de lado a lado lo que podría ser una herramienta de más puro erotismo. No puedo abrir la boca, me he quedado mudo, ¿tan sólo he sido yo el que ha visto el piercing?¿me lo ha enseñado a mi a propósito?. Mi compañero Borja, con menos jet lag que yo, me habla en castellano, mientras veo que Stacey trata de escuchar con diligencia a ver que es lo que pilla de nuestra comunicación. Visto que no reacciono, Borja me pide una buena pinta de cerveza, para tratar de reanimarme. Acto seguido Stacey se gira y podemos ver su culito,…, mejor no mirar, el trapo para limpiar las mesas lo lleva anclado al ancho cinturón, a modo de cola blanca entre sus nalgas.
Foto: El bucólico Asulkan Valley, visto desde el Discovery Center de Rogers Pass
«Bienvenido a Canadá» – me exclama Borja cuando traen la cerveza, – «que bueno que vamos a esquiar juntos de nuevo!». Oh, si! El esquí, ese noble deporte, que mi tuñido cuerpo por los aviones no se si me dejará practicar. Y me empieza a dar toda una serie de descripciones sobre la nieve profunda y la montaña. Estar aquí es como un sueño, saber que vas a probar todo eso que has visto en las revistas, en los vídeos. Giro mi vista hacia fuera de la ventana para ver la nieve cayendo en la calle, y a través del reflejo del cristal veo la silueta de Stacey de nuevo. El paño blanco sigue allí entre sus nalgas, paseándose de mesa en mesa. Afortunadamente uno tiene buenos amigos y le llevan a la posada cuando más le conviene, evitando así que la noche se convierta en una tragedia griega.
Foto: Pep Villen. Vista de la Powder Highway desde Hermit mirando hacia el Discovery Center
Los días siguientes, los dedico a aprender nombres como Selkrik, Purcell, Kootaney, Monashee, Bugaboos y un largo etcétera de topónimos exóticos cargados de connotaciones profundas de sueños blancos, como ese trapo ondeante que vi la primera noche en Revelstoke. La pendiente subiendo por el bosque tras el sinfín de vueltas maría, «switchbacks» cómo aquí los llaman, me ha hecho dudar sobre mi capacidad como esquiador, ¿podré lidiar esos giros cortos entre los arboles?. Pero la calidad de la nieve, la virginidad de esta, y su profundidad, hacen que esquiar aquí sea un juego de niños llevado a cabo por adultos en su madurez.
Foto: Pep Villen. El Discovery Center de Rogers Pass, lugar de inicio de buenas excursiones en la Powder Highway.
Tras el primer contacto del esquí armado con las pieles en esta nieve, te das cuenta de que has aterrizado en otra parte del planeta. Nico, un amigo francés trabaja para una compañía de heliesquí, se ha tomado unos días de vacaciones para acompañarnos junto a sus amigos. No nos dejan andar con ellos hasta que demostramos que somos capaces de manejar nuestras arvas en condiciones de búsqueda multivictima con celeridad. Tardamos medio día en tener algo de soltura, y acto seguido, nos dedicamos a gozar del esquí dentro del bosque protector, enseñándonos lo que tan sólo un «local» conoce. «It’s all about Commom Sense» – me replicó el primer día el dueño del hostel, sugiriéndome que no saliésemos de la zona arbolada – «The trees had been there for many years,…, it has to mean something…»
Foto: Bosque del Glacier Crest, bosque protector en la zona de Asulkan Valley.
Aquí los aludes no tienen la bella designación etimológica prerrománica, sino que se les llama mediante una palabra sonante y peligrosa, «Avalanchas». Designación muy alejada también de esa concepción que tuve siendo niño, cuando uno de mis monitores de esquí me explicó que eran los aludes. Al ser un niño distraído cuando me explicaban, estuve pensando durante mis años de infancia que eran una tribu de hombrecillos de la nieve que se dedicaban a matar a los esquiadores. Dejando de lado la inocente imaginación de un niño, y la concepción del esquiador pirenaico, por estos lares canadienses las avalanchas son algo muy temido, y al cuál los esquiadores le tienen un respeto absoluto. Es tal la magnitud de la nieve acumulada, que si llega a pasar cualquier percance, por el mínimo que sea, podría ser fatal, por ello es preciso hacer todo lo posible por evitarlo.
Foto: Pep Villen – En el Discovery Center de Rogers Pass te informan del estado en el cuál se encuentra el monte. Aunque lo primordial aquí es proteger la carretera, firmas un waiver con la Reina de Canadá salvaguardándoles de cualquier reclamación que puedas hacer.
Una vez escogido el terreno más seguro para salvaguardarte, te percatas que en la bajada no existe el fondo a la hora de trazar los giros. Todo es una sucesión de ingravidez, que te obliga a ir saltando para experimentar esa sensación de aterrizaje blando giro tras giro. La cara se impregna de aquello que llaman aquí «faceshoots», disparos en la cara de nieve, mientras el frío que experimentas te hace recordar que estás en un territorio inhóspito en el cuál no puedes quedarte quieto. Mientras que tu compañero de esquí se va riendo de cómo acabas teniendo la cara, vas vigilando que este no se meta en fregados. Aquí se esquía por parejas, controlándose uno a otro, las bombas de nieve que caen de los árboles, los pozos al lado de estos lleno de polvo que te puede engullir y del cuál te ves incapacitado de salir por tus propios medios. Es un esquí de confianza con tu compañero, con tu grupo. Pero una vez controlados los peligros, este es el lugar donde un esquiador encuentra el paraíso en términos de nieve.
Foto: Pep Villen – Flotando en el polvo canadiense
Todo en estos lares es a lo bestia, los coches que lleva la gente hacen que los cuatro por cuatro de lujo que corren por el Valle de Arán parezcan setas pandas. Cargan atrás motos de nieve, ya que es un lugar con cantidad de terreno para recorrer. En los estribos de estas motos llevan unos asideros para colocar las motosierras, lo que les permite solventar cualquier mal que sobrevenga. Steve me ha comentado que puedes alquilar uno de esos bichos, e ir a las cabañas de verano de los leñadores, donde cuentas con una chimenea para calentarte y hacerte la comida. Desde esas cabañas se pueden hacer excursiones con esquís por el bosque de ensueño. Uf! No me lo digas dos veces que montamos otro viaje.
Foto: La tienda de los sueños, fresadoras de nieve, motosierras, palas, raquetas, estufas de leña…
Steve es uno de los dos chicos de Quebec con los que compartimos nuestras disfrutonas esquiadas, e incluso llegamos a compartir mesa en un restaurante japonés. Se habló de todo, de motosierras, de cuatro por cuatros, de esquí y también de «motorboats», algo así como motores de barco, sonido que profiesan tus labios y tu cara en el momento que enfrentas toda tu cabeza ante los pechos descomunales de alguna chica – brpopobrpopobrpopo -…. Y es que siendo catalán, se me olvidó preguntarles por la independencia de Quebec, o por si conocían el proceso soberanista catalán. Debe de ser que en estos momentos todos somos de la misma nacionalidad. Somos del país de la nieve y las montañas, no nos han designado con unos colores, ni tampoco han marcado nuestra mente con lineas inútiles, las únicas lineas que hemos visto son las que han trazado nuestros esquís allí en la nieve. Y si algo debemos ansiar es tener una motosierra para usarla contra los que mandan.
Foto: Nuestros amigos de Quebec arraigados en British Columbia subiendo hacia las Christiana Glades. El sitio donde nacen las flores en verano.
Ya pasadas las buenas experiencias que ha dejado la montaña, te vuelves a congregar ante la barra del bar y la cerveza tostada. Combinación que jamás un grupo de Whatsapp podrá sustituir en cuanto a experiencia antropológica. Encuentras con la mirada de reojo ese trapo ondeante entre preciosas nalgas, el piercing sensual en la lengua, esa cara de ángel hippie-grunge travieso. ¿Por qué llevará puesto ese piercing?¿Sigo siendo el único que lo ve?
Foto: Los temidos osos, estatua en Revelstoke apuntando hacia el ferrocarril.
«Estuve viviendo dos años en Santiago de Chile» – me explica Stacey en castellano perfecto, mientras mi mente viaja a los antros bohemios de Providencia, la imagino lavando su alma en pisco y escuchando a los Mono y los Astro. Pero tras las endorfinas experimentadas en el polvo, mi cuerpo se relaja, y piensa en el día siguiente, en guardar fuerzas mediante el descanso corporal y espiritual. Acabo de ganar la lucha a mi tortuoso subconsciente por una vez en la vida, me he alejado del tipo de mujer que me ha estado persiguiendo siempre. ¿Me estaré haciendo mayor?
Al día siguiente, me encuentro un momento en solitario durante la ascensión. Los árboles están cargados de nieve. Abro la mochila, me tomo una barrita energética orgánica, no hace falta que mire el móvil ya que no hay cobertura, bebo té caliente del termo y el subidón orgásmico de mi cuerpo entrando en calor me hace recordar ese piercing anclado a la fina lengua de Stacey. Mi entrepierna empieza a apretar, justo en el momento que se me escapa un pedete de descompresión montañera. Uf! Qué Alivio! – pienso para mi interior – menos mal que estoy en el monte y todavía queda mucha nieve para trillar (still it’s enough powder to rió – Let’s Go!!!).
Foto: El trío aventurero pirenaico – P ep, Borja y Manuel
Manu!!! muy bbuena redaccion enamoraooo