6.45 am, y suena el despertador siendo sábado, como un muelle salgo rebotado de la cama. Si la previsión es cierta hoy habrá nieve polvo fría. No sólo eso, sino que hará sol y el viento estará en calma. A estas alturas de la temporada, ya siento una necesidad imperiosa de tocar nieve fría, convirtiéndose esa necesidad en ansia.
No encontré nadie que me acompañase, todo el mundo tiene quehaceres. Conduzco y voy pensando. Paso por el desvío que indica Peralta de la Sal, donde mi abuelo tenía una carpintería, en la que según me contaba, acogía en los días de lluvia a los labradores para que así tuviesen un sitio donde refugiarse del agua. «Hoy no se puede trabajar», seguro que se comentó en más de una de las conversaciones, y pienso por mis adentros, «hoy tengo mucho trabajo». Cuando llego al balcón del Pirineo, veo el Turbón y el Cotiella teñidos de blanco desde la base, esa sensación de trabajo se incrementa. Mientras al otro lado, las paredes de Montrebei les empieza a iluminar el sol tímido de invierno, madrugar, ya tan sólo por ver ese espectáculo merece la pena.
Caprichosa la meteorología, vivida de otra manera por nuestros sabios antepasados ya que les condicionaba la vida, era el marcapasos de su tiempo, mientras que ahora nosotros nos esforzamos en hacer del tiempo matemática pura, prescindiendo de cualquier manifestación natural que la meteorología nos muestre. Hoy toca hacer esto, mañana aquello, dentro de quince días no se qué… Pero hoy toca esquiar, lo dice el tiempo, va a haber nieve polvo…