Una descomposición de putrefacción se está gestando dentro de nosotros…, es raro…, no hemos cruzado el charco hacia África, ni tampoco nos hemos ido a la India. Lo que si es seguro, es que vamos a tener que cerrar las aperturas de los calzoncillos con cinta aislante a presión, para que no se escape la caca, bien por la propia descomposición intestinal, o bien por el miedo al colapso de las placas de viento generadas por el huracán previo de los días pasados.
Con el tiempo nos damos cuenta de que es el agua que nos estamos bebiendo, demasiado pura para nosotros, en nuestra acogedora base de operaciones establecida en les Aiguilles Ruges, en el mítico Hotel du Buet, mezcla entre el hotel Fawlti, la Casa de los Horrores y el Bar de la Teta Enroscada a su entrada. De veras,…, me encanta ese hotel de Vallorcine, es justo lo que busco dentro de la cultura montañera francesa, gente acogedora, paredes que cuentan historias pasadas, buena comida y bebida,…, elogios, elogios y más elogios. Y si desde allí ya puedes salir con las pieles puestas en los esquís, pues ya ni te cuento.
Empezamos nuestras andanzas ascendiendo hacia Le Mont Buet, donde vemos que por la hora está cambiando la nieve y no hacemos cima, aunque decidimos probar la nieve del otro lado del valle hacia el Col du Berard, donde encontramos polvo del bueno.
Decidimos también ir un día hacia el Col de l’Encrenaz, donde pasamos más miedo que ni se sabe. Fue una decisión errónea ir allí. Seguimos una traza que al final era de embarcada, y vimos que la montaña estaba peligrosa. En la casa de la Alta Montaña, nos dijeron que hicimos bien en darnos la vuelta, porque cuando venta de Oeste y de Norte, es donde más placas de viento se acumulan en la zona de Chamonix.
Nuestro día de semirrelax para ver si se calmaba el intestino lo pasamos en el Pointe Ronde, cerca del Col de la Forclaz en Suiza. Y no se qué tiene Suiza, pero estás allí, y estás fuera de cualquier bullicio, en la montaña se respira tranquilidad y sosiego. Mientras tomamos una cerveza, podemos ver cómo en el monte que tenemos al fondo, donde se divisa el Col de Balme, lo están ametrallando un grupo de esquiadores, con la sorpresa de que están levantando unas estelas de nieve polvo del carajo. Allí si que nos ponemos malos de verdad… eso es peor que estar con el trauma intestinal, ver como alguien está gozando de polvo y tu estás allí viéndolo. Ese día la isocero llegó a 3.700 metros de altura… muuuucho calor.
Así que manos a la obra, chequeamos la orientación y nos vamos a la oficina de los guías a pillarnos uno para que nos conduzca hasta allí. Y dicho y hecho, tomamos al día siguiente el primer teleférico de Grands Montets, pasamos el Col du Passon, atravesamos el Glaciar de Le Tour con un flanqueo terrorífico dirigiéndonos hacia el Col du Tour, para atravesar con otro mega flanqueo el Plateau du Trient cerca de la Aiguille du Tour. Y allí entre la Aiguille du Pissoir y el Col du Pissoir existe un paso para iniciar un descenso de fantasía. Nuestro guía se equivoca y nos conduce hacia el Glaciar des Pétoudes, cegado porque allí hay algo de polvo fresco, pero no hay paso, no está cerrado el glaciar, y tenemos que poner pieles para volver a remontar e ir por el Glacier des Grands, un descenso hacia Le Trient que no es apto para gente con vértigo, 2.100 metros de bajada del tirón, aunque ese día por pura costra glacial. Los giros telemark, los dejamos para otro día, pero si que se hace todo muy disfrutón por el patio y por el ambiente.
Y después de semejante tute. No queda otra que tomarse el día de relax, a pasearse por las pistas de Le Brevent, donde seguro los días de nieve polvo hay ansia terrible para tirarse por todos esos corredores de ensueño. Pero hoy es el día de tomarse una cerveza mirando al Mont Blanc, un sueño de cualquier montañero, de poder llegar a su cumbre. Aunque, me parece que lo dejaremos para otro día.
Chamonix siempre te pone a prueba. De las dos veces que he estado, siempre tu esquí llega a algún punto límite, también lo hacen tus destrezas montañeras alpinas. No he visitado otro sitio igual en el que convivan en armonía el tolerado lujo millonario, con los venerados montañeros. Es allí arriba donde ves que la alta montaña impone sus reglas y si ella quiere te deja llegar allí abajo de nuevo, para disfrutar de nuevo del olor a reblochon, boffard, gruyere y de algún vinito de las côtes du rhone, junto con un paseo para admirar las novedades de lo que se lleva en la montaña.
ole chaval, como siempre, lo bordas…. te vienes a cerler la semana que viene?????
Ya serán 10 añitos!!! A ver si me lo puedo montar 😉 Cerler es la estación de cuando era peque e íbamos toda la familia a esquiar. Está siempre allí en mi corazoncito 😀